Un hombre muy rico, creyendo que estaba a punto de morir,
llamó a sus hijos y dividió entre ellos sus propiedades. Sin embargo, no murió,
y al levantarse de la cama se encontró con que sus hijos ya no lo querían, ni
tenían con él las delicadezas de antes, cuando todos esperaban conseguir mayor
parte de su fortuna.
Todos lo trataban mal, y no se recataban para decir que
deseaban que muriese lo más pronto posible, ya que su vida sólo originaba
gastos y molestias.
El pobre hombre no cesaba de llorar, y un día se encontró
con un viejo amigo, a quien contó lo que le ocurría. El amigo, conmovido por lo
que acababa de oír, prometió hallar una solución a aquel estado de cosas.
En efecto, la encontró y a los pocos días llegó con gran
pompa a la casa de su amigo, seguido de diez criados que eran portadores de
unos pesados sacos llenos de piedras.
-Te he traído estas piedras para engañar a tus hijos.
Cuando me marche vendrán a ver lo que te he traído. Diles que he venido a
pagarte una deuda muy antigua, y que eres más rico que antes. Ya verás cómo
todos se desviven por ti. Volveré dentro de algún tiempo para ver cómo van las
cosas.
Cuando,
transcurridos unos meses, volvió el amigo, encontró al viejo rodeado de sus
hijos, que todos a una se desvivían por él. Y así siguieron haciéndolo hasta
que murió, descubriendo entonces el engaño, que tenían bien merecido.
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