El Buen Compañero


Se fue un niño a correr el mundo, y al despedirse de su madre, ésta le dijo que por el camino encontraría un amigo que había de ser su acompañante.
—Dime madre mía, ¿cuál es el nombre del amigo que quieres que me acompañe?
Entonces la madre, abrazando por última vez a su hijo, le repitió muchas veces el nombre de aquel amigo.
El joven, con la voz de su madre en el corazón, siguió
su camino solo. Era su luz y su compañía su misma alma generosa y su enérgica voluntad.
Al cruzar por un áspero y difícil sendero, se percibe por primera vez una ráfaga luminosa, y al mismo tiempo, escucha una voz que le dice:
—¿Me quieres por compañero de camino?
El joven le pregunta:
—¿Cuál es tu nombre?
—Soy la Gloria.
—No es el nombre que mi madre me dijo; vete y sigue tu camino.
Más adelante siente como un dulce estremecimiento en todo su cuerpo, y escucha una voz agradable, semejante a la del pastorcillo del ameno valle, que le dice:
—¿Me quieres caminante, por compañero de jornada?
—¿Cuál es tu nombre?
—Soy el Placer .
—Ese no es el nombre que me dijo mi madre. Vete y sigue tu camino.
Era ya tarde, la noche se venía encima, y el joven y v ir tu o so viajero se sintió más
triste que por la mañana, con motivo de la soledad de su primera jornada.
De pronto experimenta como un sentimiento de fuerza, se anima su razón y no tarda en escuchar una voz tierna que se expresa de este modo:
—¿Me quieres, joven, por compañero?
—¿Cuál es tu nombre?
—Yo soy el Deber.
—¡Oh!, ven, ven; acércate a mí. Sí, te quiero por compañero, tu nombre es el que mi madre me dijo.
Y el viajero siguió su jornada siempre acompañado de un amigo tan fiel y tan verdadero como el Deber.
Anónimo
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