Tomé un asiento
vacío en el fondo del salón de la maestra Donna y observé. Todos los alumnos
estaban trabajando en una tarea, escribiendo pensamientos en una hoja de
cuaderno. La alumna más cercana a mí, estaba llenando su hoja de frases que
iniciaban con “no puedo”.
“No puedo hacer divisiones con más de tres numerales”.
“No puedo conseguir caerle bien a Olga”.
Su hoja estaba llena hasta la mitad y ella no daba señales de estar por terminar. Siguió trabajando con determinación y persistencia.
Caminé por la fila para echar vistazos a las tareas de
los alumnos. Todos estaban escribiendo oraciones que describían cosas que ellos
no podían hacer.
“Terminen la oración que están haciendo ahora y no
comiencen otra”, fueron las instrucciones que empleó Donna para indicar que la
actividad había terminado.
Luego pidió a los alumnos que doblaran sus papeles a la
mitad y los llevaran al frente. Cuando llegaron al escritorio de la maestra,
colocaron sus enunciados comenzados con “no puedo” en una caja de zapatos
vacía.
Cuando todos habían entregado su papel, Donna agregó el
suyo. Tapó la caja, la metió bajo el brazo, salió por la puerta y caminó por el
pasillo. Los alumnos siguieron a la maestra, yo seguí a los alumnos.
¡Iban a enterrar al “no puedo”! Donna pronunció la
oración.
“Amigos, estamos reunidos el día de hoy para honrar la
memoria del “no puedo”. Mientras estuvo con nosotros en la tierra, afectó la
vida de todos, las de algunos más que las de otros”.
Le hemos proporcionado al “no puedo” una última morada y una lápida que contiene su epitafio, le sobreviven sus hermanos y su hermana: puedo, lo haré y comenzaré de inmediato.
Celebraron el fallecimiento del “no puedo” con galletas,
palomitas y jugos de fruta. Como parte de la celebración, Donna recortó una
gran lápida de papel. Escribió las palabras “no puedo” en la parte superior y
en medio puso “RIP”. En la parte inferior añadió la fecha.
La lápida de papel estuvo colgada en el salón de Donna
durante el resto del año. En las contadas ocasiones en que un alumno lo
olvidaba y decía “no puedo”, Donna simplemente señalaba el rótulo de “RIP”.
Así, el alumno recordaba que el “no puedo” estaba muerto y decidía cambiar el
enunciado.
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