Había
un violinista que era pobre, pero que tenía un instrumento que siempre lograba
encantar a quienes escuchaban su agradable melodía. Al tocarlo como sólo él podía
hacerlo, siempre despertaba acordes en el corazón.
Al
pedirle que explicara cuál era su encanto, él acostumbraba detener el violín en
alto y, mientras acariciaba sus delicadas curvas, respondía: ¡Esta madera habrá
absorbido tantos rayos de Sol, que eso es lo que sale de ella!
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