
Dos
hermanos viajaban juntos; hacia el mediodía se tendieron en el bosque para
descansar.
Cuando
despertaron vieron cerca de ellos una piedra con una inscripción; la
descifraron y esto fue lo que leyeron:
“Quien
encuentre esta piedra camine por el bosque hacia el oriente; en su camino hallará
un río ; que lo a traviese; a la otra ribera verá a una osa con oseznos; que
coja los oseznos y escape a la montaña sin volverse. Allí verá una casa , y en
aquella casa encontrará la dicha .”
Entonces
dijo el mayor al menor:
—No
iré en busca de los osos, ni te aconsejo que lo hagas. En primer lugar, porque
nada prueba la v era cid a d de esta inscripción, que acaso sea una broma; en
segundo, porque es muy posible que la hayamos leído mal; y en tercero, aun admitiendo
que esa sea la verdad, pasaremos la noche en el bosque, no hallaremos el río y
nos extraviaremos. Y aun cuando hallásemos el río, ¿podríamos pasarlo? Quizá
sea ancho y su corriente rápida. Y si lo pasáramos, ¿crees cosa fácil apoderarse
de los oseznos? La osa nos degollaría, y en vez de la dicha encontraríamos la
muerte. Por otra parte, aunque consiguiéramos apoderarnos de los oseznos, no
nos sería posible escapar sin que descansásemos sino hasta haber llegado a la
montaña.
Por
último, allí no se ve qué dicha es la que se encuentra en aquella casa; quizá
sea una dicha de la que nada podamos hacer.
Y
el hermano menor repuso:
—No
soy de tu opinión; sin objeto no se escribió eso en esta piedra. El sentido de la
inscripción es claro y preciso. Desde luego, no hay que correr tan gran
peligro.
En
segundo lugar, si no vamos nosotros podrá otro descubrir esta piedra, hallar la
dicha en lugar nuestro y nosotros no obtendremos nada. Por otra parte, nada se consigue
en el mundo sin esfuerzo. Y, además, yo no quiero pasar por cobarde.
A
lo que dijo el hermano mayor:
—Sabes
el proverbio: “La codicia rompe el saco”, o aquel otro: “Más vale pájaro en
mano que ciento en el aire.”
Replicó
el menor:
—Y
yo he oído decir: “Quien no arriesga no pasa la mar”, y también: “Bajo una
piedra inmóvil no corre el agua.” Pero me parece que es hora de partir.
Marchó
el menor y el otro se quedó.
Un
poco más lejos, en el bosque, el menor encontró un río, lo atravesó, y junto a
la orilla vio una osa que dormía, cogió los oseznos y, sin volver cabeza, echó
a correr hacia la montaña.
En
cuanto llegó a la cima una multitud de gente salió a su encuentro y
transportóle a la ciudad, donde se le nombró rey.
Reinó
cinco años, al sexto, otro soberano más fuerte que él le declaró la guerra, se
apoderó de la ciudad y le expulsó.
Entonces,
el hermano menor erró de nuevo y volvió a la casa del mayor, que vivía pacíficamente
en el campo, ni rico ni pobre.
Ambos
hermanos sintieron mucho gusto contándose su vida.
—Bien,
¿ves? —le dijo el mayor— que yo estaba en lo cierto. He vivido sin sobresaltos,
y tú que fuiste rey, piensa cuán atormentada fue tu vida.
Respondió
el menor:
—No
deploro mi aventura del bosque; cierto que ahora ya soy nada; pero tengo, para
embellecer mi vejez, el corazón lleno de recuerdos, mientras que tú no los tienes.
León
Tolstoi
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