El psicólogo español Alberto Soler Sarrió publicó en su
blog personal una carta con un título bastante polémico: “Yo no ayudo a mi
mujer con los niños ni con las tareas de la casa”.
El disparador que llevó a Soler Sarrió a escribir el
artículo fue la frase de dos señoras con la que se encontró en la fila del
supermercado. Él llevaba a sus hijos y ellas concluyeron en que "hay que
ver lo que ayudan ahora los hombres a sus mujeres con los niños”.
“No, yo no ayudo a mi mujer con los niños porque no puedo
ayudar a alguien con algo que es mi entera responsabilidad. Los hijos, al igual
que las tareas domésticas, no son el patrimonio de nadie: ni pertenecen a la
mujer ni pertenecen al hombre. Son responsabilidad de ambos”, escribió Soler
Sarrió.
Y continuó: “Por este motivo me llega a ofender cuando,
de modo muy bienintencionado (soy consciente) me halagan con 'lo mucho que
ayudo a mi mujer'. Como si no fueran mis hijos o no fuera mi responsabilidad”,
escribió.
La reflexión fue publicada el viernes y en menos de 24
horas fue compartida 10 mil veces en Facebook y otro tanto en Twitter.
La publicación completa:
"Esta mañana he ido de paseo y al supermercado con
los niños (ya tienen 15 meses, están para comérselos, ¡de verdad!). En la cola,
se me ponen a hablar un par de señoras, y las dos concluyen lo mismo: “hi ha
que veure, lo que ajuden ara els homens a les seues dones amb els fills” (“hay
que ver lo que ayudan ahora los hombres a sus mujeres con los hijos”). Ésta es
una de esas situaciones que me encantan para poder provocar un poco y sacar mi
lado más feminista. Pero hoy se hacía tarde para comer y me he limitado a
sonreír, agradecer y seguir a casa.
¿Que qué le habría dicho a estas señoras? Probablemente,
como en otras ocasiones, les habría respondido con un “disculpe señora, pero
no, ni ayudo ni pienso ayudar a mi mujer con los hijos”. Y pasaría a explicarle
cuál es mi punto de vista al respecto.
Antes de tener hijos yo nunca he sido de esas parejas o
maridos que ayudan a su mujer con las tareas de casa. Pero es que mi mujer tampoco
me ha ayudado nunca. Y cuando llegaron los hijos las cosas siguieron más o
menos igual: ni le he ayudado con la casa ni ahora con los hijos. Habrá alguno
que aún no haya pillado de qué va la cosa y esté pensando maravillas sobre mí y
apiadándose de mi mujer (¡pobrecita, menudo le ha tocado!). No, yo no ayudo a
mi mujer con los niños porque no puedo ayudar a alguien con algo que es mi
entera responsabilidad.
Los hijos, al igual que las tareas domésticas, no son el
patrimonio de nadie: ni pertenecen a la mujer ni pertenecen al hombre. Son
responsabilidad de ambos. Por este motivo me llega a ofender cuando, de modo
muy bienintencionado (soy consciente) me halagan con “lo mucho que ayudo a mi
mujer”. Como si no fueran mis hijos o no fuera mi responsabilidad. Hago, con
mucho esfuerzo y mucho gusto ni más ni menos que aquello que me corresponde. Al
igual que mi mujer. Y por mucho que me esfuerce nunca podré llegar a hacer
tanto y tan bien como hace ella.
- ¿Por qué tenemos esta visión de las responsabilidades?
Tenemos aún en la mente un modelo de familia patriarcal
en el que hay un reparto de tareas muy bien definido: el hombre es el proveedor
de recursos, la mujer la gestora del hogar (ahí se incluyen los hijos). Sin
embargo la sociedad ha cambiado profundamente en las últimas décadas
(afortunadamente) y este reparto de papeles ha pasado en muchos casos a la
historia. La mujer hoy en día, aunque sigue profundamente discriminada
socialmente (no hay más que ver la diferencia en salarios u oportunidades de promoción
laboral) es el agente de su propio desarrollo, tiene la capacidad de
desarrollar una carrera profesional en los mismos ámbitos que un hombre y, si
decide dedicarse al cuidado de los hijos es, en la mayoría de los casos, por
una elección personal, y no por falta de oportunidades o derechos sociales.
En un momento en el que tenemos esta igualdad de roles
entre hombre y mujer, asumir de facto que los hijos son responsabilidad de
ellas es un vestigio del pasado. Hoy en día hombre y mujer se reparten (o deberían
hacerlo) de modo equilibrado aquellas tareas que les atañen a ambos, como la
casa y los hijos. ¿Y qué es “de modo equilibrado”? Ese equilibrio no implica en
(casi) ningún caso un reparto 50-50, sino más bien una adaptación flexible
entre la disponibilidad de los miembros de la familia y las tareas que se
requieren. Pensemos por ejemplo, qué injusto sería un reparto de tareas 50-50
en un caso en el que la mujer llegara a casa a las 20:00 después de 12 horas de
trabajo, y su pareja llevara desde mediodía en casa. Un reparto “mitad tú,
mitad yo” sería tremendamente injusto. E igual a la inversa.
Los hijos implican dar un paso más allá en esta
flexibilidad y suponen un importante test de compenetración y trabajo de equipo
en la pareja (y cuando vienen a pares como en nuestro caso, más todavía). Ya
hablé hace tiempo sobre el papel del padre durante la lactancia, ya que parece
que muchos padres se sienten perdidos durante esta etapa pensando que la mujer
es la única que puede hacer algo por el niño. Ni mucho menos. Pero conforme
crecen los niños el papel que juega el padre crece más si cabe.
- ¿Cuáles son las tareas propias del padre y cuáles las de la madre?
Bueno, pues más allá de ser la madre (por obvios motivos)
la encargada de la teta, el resto de las casi innumerables tareas relacionadas
con los hijos no son patrimonio exclusivo de nadie, son total y absolutamente
intercambiables entre padre y madre en función de las circunstancias,
preferencias (de ellos o de los hijos -hoy quiero que me duerma la mami/el
papi-) o habilidades de cada uno.
Un buen reparto de esas tareas es el que es equilibrado,
justo, que no genera conflicto y que permite un desarrollo armonioso de la
rutina doméstica.
- ¿Qué modelo quiero transmitir a mis hijos?
Quiero que mis hijos crezcan sin saber si planchar es
cosa de hombres o de mujeres. Que no sepan si los baños son cosa de su padre o
de su madre. Que no asocien la cocina con el feudo de nadie, ni tampoco la
aspiradora, doblar ropa u ordenar los armarios. Que acudan con más o menos
igual frecuencia a uno o a otro para dormir, para contar sus confidencias, para
jugar o para enfadarse. Que no haya un “jefe” de la casa sino que todos
convivimos del modo más feliz posible.
Así que no, señora, yo no ayudo a mi mujer con los niños.
Tampoco con la casa. Estoy con ellos en el supermercado y les paseo porque son
mis hijos y me acompañan allá donde voy. Les cambio los pañales, les baño, les
llevo al parque o les preparo la comida no por ayudar a mi mujer, sino porque
son mis hijos, son mi responsabilidad y quiero que crezcan con un modelo de
familia y de reparto de tareas diferente a aquel que Ud. y yo hemos
tenido".
FUENTE: http://www.losandes.com.ar
TAMBIÉN PUEDES VER ESTO:
0 comentarios:
Publicar un comentario