No
tengo ni un amigo —dijo a Hu-Ssong un hombre solitario—
—Sí
lo tienes —lo consoló él—. Mira a todos los hombres frente a ti.
—Son
muchos —respondió el solitario. Pero ninguno es mi amigo.
—Está
bien —dijo el filósofo —. Ahora mira tras de ti.
—¿Cómo
me pides eso? —se quejó el hombre—. Ahí están mis enemigos.
—Vuelve
la vista a tu derecha —le pidió Hu-Ssong.
—No
veo tampoco ni un amigo.
—Entonces
mira a tu izquierda.
—Tampoco
ahí encuentro a nadie —contestó con desolación el solitario—. Te digo que yo no
tengo amigos.
—¿No?
—se preocupó el maestro. Vuelve tus ojos al interior de ti.
El
hombre se miró a sí mismo. Tampoco ahí encontró un amigo.
—Aprende
—le dijo entonces Hu-Ssong—, que si quieres estar en paz con los demás primero
debes estar en paz contigo mismo.
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