Un labrador le
preguntó cierta vez
a un santo anacoreta:
—¿Qué tengo que
hacer, Padre mío, para adquirir la
humildad?
Respondió el
santo:
—Basta con
recordar nuestros d efecto s y olvidar los ajenos, y,
como la humildad
vuelve al hombre perfecto,
cuanto más
cuanto más
se practica más se
eleva en la estimación de todos.
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