La
abuela de Giovanna Gassion era prostituta. Regenteaba en París un lupanar.
Giovanna,
pequeñita, vivía con su abuela en el burdel. Cierto día la niña enfermó
gravemente de los ojos, tanto que acabó por quedar ciega. Llorosas, afligidas,
las prostitutas se postraron de rodillas en torno del lecho de la niña y le
prometieron a Santa Teresita que irían en procesión a su santuario si la niña
sanaba y volvía a ver.
Un
mes después, contra la opinión de todos los doctores, la pequeña recobró la
vista. Jubilosas, las muchachas le acercaron un papel con letras y la niña lo
leyó. Era una canción.
Otras
canciones a lo largo de su vida encontraría Giovanna Gassion, a quien ahora
conocemos con el nombre que la inmortalizó: Edith Piaf.
Cuando
escucho en mis viejos discos sus canciones, pienso que la oración es siempre
buena, aunque no seamos tan buenos los que la decimos...
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